María murió
en su casa como había deseado, yo, que era su médico me había
comprometido a cuidarla más allá de el horario laboral en los últimos
momentos de su vida, haciendo que su muerte fuera más llevadera, lo que
llaman la sedación paliativa.
Los últimos
días de la vida de una persona siempre son complicados, a veces más
para los familiares, también para el médico cuando se compromete a estar
a su lado los últimos días y noches. Yo me retiraba a mi casa una vez
que comprobaba el estado de María y me aseguraba de que la dosis de
medicación era la correcta para que no sufriera dolor, angustia o
dificultad respiratoria. Esta medicación a veces la ponía un familiar y
otras veces el enfermero o yo, dependiendo de la hora del día o de la
noche, en la vía subcutánea que le habíamos dejado insertada para ello.
En el último día cuando la vida se le escapaba, su conciencia había casi desaparecido, su
respiración se hacía más ruidosa, la casa se había llenado de
familiares, mis visitas se habían hecho más frecuentes y ya en el pueblo
todos sabían que María se estaba muriendo. El cura había sido requerido
para ungirla con aceite bendito para darle la extremaunción, yo dí un
paso atrás, los cuidadores del cuerpo debemos en ese momento dejar
espacio a los cuidadores del alma.
Fui a comer
y descansar un poco, pero pronto sonó mi teléfono y alguien me comunicó
que parecía que ya había muerto. Cuando llegué para hacer lo que se me
requería, que era comprobar y certificar lo evidente, ya estaba ella allí "la vestidora de muertos". Una
vez terminé, ella con total naturalidad fijó con un pañuelo la
mandíbula al resto de la cabeza para que la boca no permaneciera
abierta, no sin antes comprobar que no hubiese nada dentro, comprobó
además otros orificios con sus manos limpias, sin guantes y fue
retirando la ropa, incluida la interior con ayuda de los familiares más
voluntariosos, vistiéndola después con ropa limpia de domingo, con
extremo y delicado cuidado para no luxar o fracturar ningún hueso, su
labor termina cuando cruza las manos de la difunta por encima de su
abdomen, escondiendo entre ellas la medalla o estampa de algún santo.
La vestidora de muertos
en los pueblos suele ser una persona respetada, de sexo femenino,
discreta y considerada como persona buena y suele tener buena relación
con la mayoría de los vecinos del pueblo.
Se corrió
la voz y el sacristán fue informado, porque ya sonaban las campanas de
la iglesia a muerto, en este caso con tonos de sexo femenino.
Cuando
llegaron los de la funeraria, me buscaron y firmé oficialmente su
defunción, metieron a María en el ataúd y comenzaron a desmontar y sacar
la cama de la habitación y a meter las sillas que una hermandad presta
para estos menesteres donde se sientan los que acompañan al difunto,
dentro al lado de la finada los más allegados y las mujeres, los
hombres en las habitaciones públicas de la casa y en la calle.
Al día
siguiente vuelve a tañer la campana ha muerto, el pueblo espera a María
en la iglesia para decirle su último adiós y dar el pésame a sus
familiares.