¿Recuerdas tu primera conexión a Internet? Si fue en los 90 seguramente fue lenta. Lentísima. Desesperadamente lenta. Pero esta herramienta, con buscadores como Altavista o Yahoo (Google aún no había salido del garaje) llegaba para quedarse y cambiar el mundo. Entonces no vislumbrábamos siquiera sus posibilidades. Más adelante se popularizó el correo electrónico, las marcas comenzaron a tener su web; algunos organismos oficiales, también. El comercio electrónico comenzó a despuntar. El acceso a la información se democratizó. Nos las prometíamos felices. Parecía la solución a todos los problemas.
Más tarde aparecieron los nuevos riesgos digitales y comenzamos a oír conceptos como profesionalidad en la red, reputación digital o infoxicación. En el nuevo paraíso, anidaba un nuevo infierno. Y llegaron las redes sociales, que trajeron la viralización, las fake news (los bulos de toda la vida, ahora con dimensiones planetarias) y la posibilidad de manipularnos con más o menos sutileza, lo que se han convertido en una amenaza para la convivencia. Un peligro real para las democracias.
La pandemia que sufrimos desde hace más de un año es también, desde un punto de vista informativo, hija de su tiempo, lo que ha hecho que se acuñe el término infodemia, al que nos referimos en este blog no hace mucho. La infodemia es la mentira pandémica: Internet convertida en un arma de desinformación masiva. Un monstruo al que alimentamos muchos de nosotros, de forma inadvertida, cuando hacemos un uso irreflexivo, incauto, inapropiado, de la Red.
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