Los ciudadanos, profesionales sanitarios, científicos y, por supuesto, los políticos, siguen considerando que la ciencia está libre de valores y es independiente de su contexto, por ejemplo, de cómo se financia, cómo se comercializa o que ideología tienen los políticos que la regulan.
El mito de la neutralidad valorativa y contextual de la ciencia, de su objetividad, sostiene que la validez del conocimiento científico es independiente de la forma como ha sido generado o las circunstancias políticas o históricas que lo han alumbrado, dado que los únicos objetivos legítimos de la ciencia serían epistémicos: verdad, predicción o explicación.
Los profesionales sanitarios, académicos, científicos y tecnólogos implicados en la generación del conocimiento biomédico trabajarían incansable e insobornablemente en la consecución de sus fines, libres de cualquier influencia que pudiera sesgar su labor o fijar sus intereses.
Las empresas que financian la ciencia y tecnología buscarían en primera instancia el progreso de la humanidad y la ganancia económica sería casi un epifenómeno secundario no deseado.
Los políticos responsables de la regulación solo intentarían generar unas condiciones en las que floreciera “la verdad” intentando que los prejuicios ideológicos no mancharan tan excelso proyecto.
La ciencia sería una actividad humana, sí, pero hecha por semidioses y su producto, el conocimiento, una especie de verdad revelada gracias a los mandamientos que delimita el método científico.
Es curioso como los (supuestos) defensores de la ciencia -un instrumento fundamental para separar el pensamiento mágico o espiritual del pensamiento racional- acaban convirtiéndola en una nueva religión; cualquiera que se atreva a criticar alguno de sus productos o se niegue a obtener los beneficios de alguno de sus desarrollos puede ser tildado de fanático irracional, suicida u homicida (en el caso de los padres que dudan de algunas vacunas o medicamentos).
Lo siento. Esta es una posición claramente sectaria. Ni la propia ciencia cree ya en la ciencia en la que creen algunos cientificistas que, por otra parte, están casi restringidos al ámbito de la medicina.
El otro día, un médico defendía la separación entre pediatras y pediatría. Los primeros, simples humanos, capaces de confundirse, con lagunas en su conocimiento, con intereses, con creencias irracionales:
“muchos pediatras también se basan en el miedo y en intereses, hay gente para todo. Otros son la pieza final de una maquinaria que los usa. Por eso, yo pienso lo mismo, no hay que fiarse de los pediatras. Yo de muchos no me fío. !Incluso hay pediatras que recetan homeopatía”
La segunda, la pediatría, sería otra cosa: una ciencia, objetiva, pura, neutral, que es aplicada a la realidad iluminándola, y tiene que ser aceptada por las personas sin pensarlo, sin dudar.
La duda solo para los que no tienen fe. Para los pecadores:
“No hay que fiarse de los pediatras. Pero sí de la Pediatría científica.. No vayas de rebelde sin causa.”
¿Para qué están los pediatras entonces?
Si la ciencia biomédica pudiera aplicarse directamente a la realidad sobrarían los médicos y el juicio clínico no sería más que un algoritmo lógico.
¿Y las personas enfermas? Simples sujetos pasivos… pacientes… carne en los que aplicar las terapias..
¿Y los que dudan?: “rebeldes sin causa”… seres sin fe.
Los pediatras son tan humanos como el conocimiento que constituye la pediatría científica: falibles, víctimas de sesgos inconscientes o deliberados (manipulables, por tanto) y potencialmente peligrosos para los pacientes, en el sentido físico (seguridad) y existencial (integridad).
Pero si tengo que elegir entre un pediatra y la pediatría me quedo con los pediatras.
La ciencia biomedica (“la pediatría”) es siempre reduccionista: simplifica y estandariza. Convierte el contexto clínico -complejo y ambiguo- donde los valores de los pacientes, los valores del médico, las vivencias personales, los sentimientos y las intuiciones son variables relevantes, en un contexto técnico, donde lo cualitativo es ignorado y solo aparecen datos y protocolos.
Shön llama a esta transformación epistémica el “dilema entre el rigor y la relevancia”.
La incertidumbre disminuye y, desde luego, los profesionales preferimos manejarnos con los instrumentos y la claridad y orden que establece el contexto técnico.
Con el rigor que nos aporta la MBE y las GPC podemos contestar a preguntas como. “¿Baja este fármaco el colesterol?
La respuesta “se descubre” mediante la investigación. Es un problema cerrado cuya solución solo aporta conocimiento empírico.
En cambio, los terrenos de lo relevante, que son los que definen los contextos clínicos e interesan a los pacientes, son más incómodos.
Las preguntas que se intentan responder en la clínica (sobre todo en atención primaria) son (casi) siempre de otro orden ¿Cómo podemos mejorar la salud de este paciente? O incluso ¿Por qué este padre se niega a tratar a su hijo con un fármaco efectivo?
Las respuestas a lo relevante no “se descubren” sino que “se deciden”; muchas veces con ayuda del conocimiento empírico, pero de poco le sirvió ese conocimiento al pediatra del niño cuyos padres rechazaron la terapia
De ninguna manera lo relevante puede ser sustituido por lo riguroso.
Las controversias epistémicas no son baladí.
En un extremo, el cientificismo, afirma que todas las respuestas pueden descubrirse mediante procedimiento de investigación empírica.
En el otro extremo, que podríamos denominar postmodernismo, estarían los que creen que todo “se decide”, ya que la metodología científica estaría cargada de valores y elecciones interesadas.
Lo que está claro es que la mayoría de los problemas clínicos tienen que ver con conjugar rigor y relevancia.
Utilizar solo herramientas técnicas para responder a los problemas clínicos es una simplificación que nos da una falsa seguridad a expensas de los intereses de los pacientes.
La tranquilidad de pensar que todo ha sido culpa de los padres
Los médicos, con nuestras muletas científicas, seríamos una especie de omnipotentes desvalidos (gloriosa expresión de Morin); cada vez más desprotegidos porque no podemos fiarnos ya ni del rigor de la ciencia
La tesis de la neutralidad y objetividad de la ciencia implica la idea equivocada de que el conocimiento científico es fácilmente transferible a diferentes contextos y aplicaciones: basta utilizarlo para que la realidad responda a su poder; es lo que Latour llama “conocimiento listo para ser usado”. Falso.
En el fondo, no hay un dilema entre rigor y relevancia.
La práctica médica necesita rigor y relevancia.
Pero hay que saber que los caminos del rigor y la relevancia son diferentes.
Su activación estratégica es una de las claves de la práctica reflexiva.
Solo el pediatra puede maridar rigor y relevancia
Me quedo con el pediatra.
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