https://medicinadefamiliaconblogpropia.wordpress.com/2017/12/29/agujeros-del-sistema-maxi-gutierrez/
14:50H . Suena el teléfono de la consulta para pasar una llamada de un paciente que solicita atención domiciliaria.
Surgen todas las alarmas en mi cabeza: “¡A estas horas!” “Seguro
que es un catarro” “Encima un hombre joven” “Ni siquiera se habrá puesto
el termómetro” “Ni que no hubiera tenido tiempo en toda la mañana!”…
Mis reproches llegan hasta el otro lado del auricular y sólo soy capaz
de vislumbrar la realidad cuando dejo de colocarme en el centro para
escuchar e interesarme por la situación de Juan.
Porque el paciente se llama Juan, tiene 60 años y apenas lo he visto
por la consulta. Tiene una psicosis residual que trata con varios
ansiolíticos y antipsicóticos. Hace meses que dejó de ir a las consultas
de Salud Mental. Dice que le insistieron en que tomara la medicación
pero que nadie le mando volver. ¡Vete a saber!. Un compañero le
renovó la medicación crónica hace unos meses sin hacer muchas preguntas
o quizás sí pero, Juan sólo quiere tomar sus medicinas y olvidar la
psiquiatría.
Además, hepatopatía por virus C también abandonada a su suerte. Adicto a lo relativamente confesable: tabaco y alcohol. ¡Quién sabe si a algo más! .
Juan vive sólo y en algún sitio de su historia anoté que intenta
recuperar la custodia de un hijo de 6 años de una relación perdida en el tiempo. Pareciera que Juan no vive sólo sino que está solo.
Resignados a la necesidad de acudir a ver a Juan, prolongando nuestra
jornada laboral, camino de nuestra casa y con cierta curiosidad por lo
que nos vamos a encontrar en aquel lugar emprendemos la marcha la
residente y yo. El día está desapacible y gris. Hace frío. Una fina
lluvia mantiene el parabrisas activado. Todo invita a buscar un hogar
agradable pero, no será hoy.
Una bofetada de olor a tabaco nos espera en el umbral de la puerta.
La persiana hasta abajo confirma que aquello no ha sido ventilado desde
hace días. Las colillas se apelotonan en un vaso ennegrecido y los
restos de un café con leche son parte del desorden sobre aquella mesa
junto al camastro. Medicinas, papeles y la televisión de fondo. El
cuerpo de Juan deambula de la puerta a la cama y se entretiene en el
camino para retirar la ropa que oculta la única silla de la casa a mi
petición de un lugar donde poder escribir. Sin fuerzas y con la mirada
perdida apenas es capaz de relatar sus síntomas con cierta conexión.
Varias botellas junto a la cama que Juan dice que sólo trasportan agua porque “si bebo no me dejan ver a mi hijo en el centro de acogida”.
Interrogamos y exploramos para intentar poner un poco de orden en el
caos. Cualquier intervención resulta complicada en aquella atmosfera de
aislamiento.
Juan escapa a los controles. Juan tiene el arte de introducirse por
los agujeros de nuestro sistema sanitario y social para huir hacia
ninguna parte. Para rechazar caminos normalizados. Para seguir anhelando
una vida distinta que se le resiste con intensidad. Juan es
consecuencia de su aislamiento, de su pobreza y de su enfermedad que al
fin y al cabo, son la misma cosa.
¡Y nosotros que creíamos tenerlo todo controlado! sólo hay que
recibir una llamada a las 14:50 para demostrarnos todo lo que queda por
hacer cuando ponemos a Juan “en el centro del sistema”. En el lugar que
la vida y sus circunstancias le han colocado. En su centro.
Parece que una losa nos ha caído encima cuando salimos de esa casa en
la que no hay ningún indicio de que es Navidad. Muchos creyeran que en
nuestra ciudad no hay lugares así.
Y la residente me dice:
– ¿Te has fijado en la foto de mesita?. ¡Juan y su hijo, impecables!. ¿cómo ha podido llegar a esto?
– Los agujeros, Sandra… son los agujeros que se nos escapan.
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