Se prestó especial atención a cuatro clasificaciones de trastornos alimentarios en particular: anorexia nerviosa, trastorno por evitación/restricción de la ingesta de alimentos, trastorno por atracón y bulimia nerviosa, porque muchos trastornos se subclasifican en estos.
Más allá de proporcionar una lista de definiciones completas, la guía revisa los datos de prevalencia de los trastornos alimentarios y proporciona pautas detalladas de detección, valoración y evaluación de laboratorio. Las complicaciones médicas, incluidas psicológicas, neurológicas, dermatológicas, dentales u orales, cardiovasculares, gastrointestinales, renales y electrolíticas, y los efectos endocrinos, se discuten en detalle, al igual que los principios del tratamiento, las consideraciones financieras y el pronóstico.
Además de las importantes funciones de prevención y defensa que los autores identifican para los pediatras, las guías clínicas destacan cuatro áreas clave en que los pediatras desempeñan un papel decisivo en la detección y el tratamiento de los trastornos alimentarios, como lo mencionaron anteriormente los autores de la guía en este artículo.
También hay pistas físicas para alertar a los pediatras. Los aumentos o disminuciones abruptos o bruscos de peso, medidos en las tablas de crecimiento, deben ser monitoreados y cuestionados. Los médicos deben tener cuidado de hacer cumplidos sobre la pérdida de peso hasta que sepan cómo se logró.
"Los signos vitales, como la bradicardia en reposo y la taquicardia ortostática, pueden reflejar desnutrición, al igual que otros hallazgos físicos. Aunque las pruebas de laboratorio suelen ser normales, no deberían, por sí mismas, descartar un trastorno alimentario. Los pediatras también deben estar conscientes de los signos y síntomas de inestabilidad médica en un paciente con trastorno alimentario que justifican la hospitalización para la estabilización".
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