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La prescripción de un medicamento en nuestras estructuras de atención a la salud es un acto frecuente. El número de medicamentos indicados para todo tipo de procesos, ya sean patológicos, fisiológicos, sintomáticos, preventivos, procedentes o absolutamente improcedentes ha aumentado exponencialmente en los últimos años. En 2022, se prescribieron en España más de 1.100 millones de recetas de medicamentos. El consumo se centra en las personas mayores y en las rentas más bajas. “Si alguien ha perdido su empleo, su ánimo baja, está deprimido y va al médico donde le recetan una pastilla”. Vivir conlleva momentos de infelicidad y de angustia, pero ¿Deberíamos tratar dichos momentos?
La polimedicación es la norma. Uno de cada dos mayores de 70 años consume 5 fármacos o más. La tormenta perfecta que supone la combinación de un paciente frágil y una terapia farmacológica compleja.
Además, existe una tendencia al alza de abarcar dentro del ámbito sanitario situaciones que hasta el momento eran consideradas ajenas del mismo. La sociedad ha desplazado al campo médico soluciones de problemas inherentes a la realidad subjetiva y social de las personas y la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en un factor patógeno predominante y así “una persona sana es solamente un enfermo sin identificar”.
Nos adentramos lentamente hacia un modelo que considera al hombre como un ser puramente biológico y se desconoce su esencia social presente en el proceso salud-enfermedad. ¿Dónde quedan cuestiones tan importantes como el acceso a la vivienda, las condiciones laborales, la alimentación, el clima, el medio ambiente o la exposición a tóxicos y su relación con la salud? La medicina puede explicar algunos mecanismos y ofrecer respuestas parciales, pero los determinantes de salud no obedecen a criterios estrictamente médicos.
La presión de la industria farmacéutica para asegurar su expansión ha modificado su regulación, prescripción y consumo. Cuando se denuncian los elevados precios de los medicamentos, y las patentes y los monopolios que lo hacen posible, las farmacéuticas se cubren hablando de innovación e investigación hasta parecer que si hay investigación es gracias a ellos y que, sin sus monumentales precios, no se podría realizar investigación ni habrían nuevos medicamentos. Pero realmente detrás de ello se encuentran redes de investigadores de universidades y centros de investigación públicos, sin ánimo de lucro o con financiación pública, de la que se apropian.
La investigación en salud viene determinada por prioridades económicas no coincidiendo siempre con las necesidades en salud. Los ensayos clínicos publicados en revistas prestigiosas, que hasta hace unos años considerábamos fiables, daban una idea de pureza y calidad que es falsa. El método científico es neutral en el interior de un trabajo o de un proyecto de investigación cuando está bien diseñado y realizado. Pero las preguntas no son nunca neutrales. Dado que el principal promotor de los ensayos clínicos en el mundo es la industria farmacéutica, las preguntas de la investigación clínica con medicamentos vienen, podríamos decir, sesgadas. En todo caso, son las formuladas por el interesado en vender medicamentos, no tanto por el interesado en curarse o en evitar una determinada enfermedad. De ahí la búsqueda incesante de buscar diferencias pequeñas, a menudo marginales.
Los campos en los que se centra la investigación médica probablemente no sean los que más importancia tengan para salir de nuestra ignorancia. Un ejemplo: el ser humano alberga un complejo ecosistema de comunidades microbianas, más similar entre individuos conforme más larga es la cohabitación. El equilibrio de este microbioma podría estar relacionado con una predisposición a sufrir ciertas enfermedades, una predisposición que no parecer ser «únicamente genética».
La industria busca el contacto personal y directo con los médicos para poder informarles de las virtudes, ventajas y beneficios de sus productos farmacéuticos. Financian la formación continuada de los médicos y las administraciones sanitarias aceptan este estatus (publicaciones, debates científicos, congresos que realizan directamente o que patrocinan a través de colaboraciones con sociedades científicas).
Vivimos en una sociedad innecesariamente sobremedicada y hay medicamentos autorizados que curan o causan cualquier enfermedad. Hay medicamentos mantenidos en el tiempo que se pautaron para un problema puntual y que, en el momento actual, no tienen indicación. ¿Es la sobremedicación un problema epidémico actual? ¿Vivimos en una sociedad intoxicada?
Francisco Andrés Martínez Ortiz.
Tutorización: María José Monedero Mira.