En una sociedad regida y orientada por parámetros económicos,
la eficiencia pasó de ser una manera de utilizar los medios a un fin en sí
mismo, elevado hoy a categoría de valor. Aceptada como cierta la idea de que
los recursos serán ya para siempre limitados, de lo que se trata es de cómo
sacarles el máximo partido a los existentes, cada vez más menguantes. De forma
que el incremento de la productividad también ha pasado de ser una
característica deseable en determinadas circunstancias , a convertirse en un
fin en sí.
No solo debe guiar a las organizaciones y el rendimiento de los trabajadores que las
componen, sino que debe regir el comportamiento individual de las personas en
el conjunto de su vida: el niño debe rentabilizar al máximo su tiempo vígil,
evitando en todo momento esas enfermizas cualidades del pasado como eran no
hacer nada, aburrirse, o pasar la tarde en un árbol, y para ello sus jornadas cotidianas deben
rellenarse de clases de inglés, zumba o caballo, además de múltiples deberes
que reduzcan el tiempo para su descanso al mínimo indispensable.Y así, ya desde
pequeñitos, aprenderán a comportarse de forma eficiente y sacar el máximo
rendimientos al tiempo.
Hasta las vacaciones se han convertido en una carrera donde
demostrar esa eficiencia: mientras que decepciona escuchar que alguien dedicó
su tiempo libre a quedarse en casa viendo pasar los pájaros, leyendo a la
sombra de un guindo o escuchando sus discos preferidos perezosamente, genera
admiración el que es capaz de segmentar sus días de ocio en numerosas
experiencias de viaje, cuanto más recóndito el lugar y más lleno de actividades
( surfing, diving,skating, climbing, trekking) mejor.
Es ineficiente el individuo que no ocupa cada segundo de su
existencia en una actividad productiva, como si ese indicador de rendimiento
importara mucho al pasar por caja al acabar la estancia.
Juan Rulfo está considerado como uno de los más grandes
escritores latinoamericanos del último siglo: sin embargo su productividad fue
muy baja: apenas escribió dos obras, Pedro Páramo y El llano en llamas. Aún más
vago, lindando en la delincuencia,
fue JD Salinger. Vivió 91 años. Y será recordado por un único libro, que le
convirtió en clásico: el Guardián entre el centeno.
Montaigne fue otro insigne desperdicio : despilfarró toda la
inversión que su acomodado padre había hecho en su educación, tan
exquisita que
hasta los 8 años el niño solo se comunicaba en latín. Fue magistrado y
heredó
la propiedad familiar dotada de extensos viñedos, que aún hoy en día dan
nombre
a uno de los “Sauternes” más exclusivos del mundo: Chateau d’Yquem. Pero
en lugar de aumentar su productividad, a los 38 años, cuando según él
había consumido ya la mitad de su vida (
se equivocó en poco), decidió
retirarse del mundo para escribir un solo libro, sus Ensayos, convertido desde
entonces en clásico , tras pasar por etapas de prohibiciones y condenas por
parte de la Iglesia.
Lo que preocupaba a Montaigne no era ganar dinero,
mantenerse ocupado o escalar en la pirámide social ( para lo cual tuvo
tentadoras ofertas). Lo que le interesaba era fundamentalmente aprender cómo
vivir una buena vida, practicarlo y compartirlo, escribiendo un libro en el que
tardó 20 años.. Y la consagró a la libertad, la tranquilidad y el ocio, como
figura en una de las inscripciones de su librería.
Su secreto no estuvo en rellenar cada hora de pintorescas y
afanosas actividades, sino más bien en vivir intensamente cada una de ellas
como si fuera la última , aunque no estuviera haciendo literalmente nada:
“Cuando bailo, bailo, cuando duermo, duermo”.
Montaigne asumía que era sumamente imperfecto, pero no
aspiraba a mejorar sus “registros”. La modestia de sus aspiraciones le permitía ser además vago.
La antítesis de la eficiencia.
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