Mi abuelo, taciturno, cuando algo
no iba bien solía decir “mal de muchos, epidemia”…Mal de muchos, consuelo de
tontos, dice también el refranero. En fin…a pesar de que no es muy halagador,
quiero creer que algo parecido a lo que os cuento más abajo habréis sentido en
alguna ocasión. En esta tarea nuestra la ciencia y la conciencia van de la
mano, el saber y el saber estar. Hace poco comentaba, ya os imagináis con quién,
que no sabía con certeza si lo que hago en el plano “de la ciencia” lo hago
bien, pero desde luego lo que tengo claro es que en el plano de “lo humano”
meto la pata con frecuencia, más de lo deseable…Penoso. Y más aún si tengo en
cuenta que los errores en mis decisiones médicas nacen, por así decirlo, de una
forma inocente: puede que la decisión no sea la más adecuada pero creo que la
elijo tras haberla meditado. Sin embargo, el error en la relación nace desde la pura y dura impaciencia o desde la
propia estupidez…Sin más…
Café amargo
De acuerdo, estaba cansada, pero
no estuve bien…La noche había sido movidita y quedaban escasos 15 o 20 minutos
para que terminara mi jornada y me fuera para casa soñando con una buena ducha,
ropa limpia y un aromático café caliente. Leí su nombre en la pantalla y
reconocí inmediatamente su rostro; la había visto en varias ocasiones en los
últimos meses. Venía siempre acompañada de su hija y me contaba siempre un
montón de síntomas desligados e inconexos a los que nunca conseguía encuadrar
en ningún proceso específico…Entraron las dos, como siempre…Creo que ya la
impaciencia se me desbordaba por los ojos y creo, me fastidia reconocerlo, que
mi voz distaba bastante de resultar acogedora. Lo peor de todo es que una es
capaz de reconocer su impertinencia e incapaz de amordazarla… Y lo peor es
cuando esta actitud no nace provocada por la inadecuada actitud del otro sino
que lo hace por la propia estupidez…En fin. A pesar de todo, creo que escuche
una a una todas sus quejas; la exploré de arriba abajo, conviene ser prudente y
no dejar nada sin revisar, no vaya a ser que se te escape algo grave de
verdad…La torpeza es que, a veces,
descarto “cosas serias”, “cosas que matan deprisa”, pero no descarto o
no sé reconducir aquellas que subyacen en el otro y que lo pueblan de
tristezas, de desasosiego. Mientras la exploraba, tenía un ojo puesto en la
hija, una chica joven, no llegará a la treintena, que escuchaba como yo a la
madre en su largo decálogo de malestares. Parecía ella, la hija, tan desalentada
como yo, suspiraba ante los síntomas y su joven rostro serio y hermoso destilaba
tristeza e impotencia. Terminada mi exploración, les dije que no encontraba causa
orgánica para tanto malestar. Rastreé rápido su historia clínica y advertí
ausencias en varias citas programadas, algunas de ellas habían sido solicitadas
por mí con la esperanza de que su médico de cabecera fuera más hábil y pudiera
reorientar la historia. La mujer parecía no estar tampoco demasiado interesada
en lo que le decía y creí encontrar en la hija una interlocutora más avezada;
le sugerí una nueva cita con su médico y le aconsejé que le acompañara a fin de
poner orden en este enredo. Ella asentía sumisa, parecía comprender y aceptar
mis indicaciones. Quiero pensar que a estas alturas, creo que era así, mi voz y
mi expresión eran más dulces…Pero lo cierto es que ya llegaba tarde y contemplé
horrorizada cómo sus ojos se llenaron de agua y una lágrima silenciosa rodó,
acusadora, lentamente, por la mejilla. Y allí me maldije es silencio: ¡estúpida,
eso es lo que eres: una estúpida, pretenciosa, impaciente y gilipollas! La
madre no parecía percatarse de la historia, le pedí por favor que saliera de la
sala. Me quedé sola con la hija, le pedí disculpas sinceras por mi impaciencia,
¿cómo explicarle? Ella me miraba un poco sorprendida y yo, a estas alturas,
tampoco sabía muy bien si le estaba pidiendo perdón a ella, a mi mí misma o a
ambas… Y esperé por si quería decir algo…Me dijo que estaba cansada, tan
cansada…y desbordada, y desilusionada, y desorientada…Había vuelto a casa tras
unos años de vida en pareja; la historia terminó mal, el trabajo escaso y mal
remunerado le obligó a esta decisión. Regresó a la casa paterna y allí se
encontró con unos padres envejecidos y oscuros, el padre parecía no tener nada
que ver con el resto de la casa y la madre, aquella mujer antes garbosa y
risueña se había convertido en un ser gris, suspirante, apocado y con mil
quejas a las que pareciera no querer poner final…Por la noche, madre e hija
comparten habitación, no puede dormir entre los ayes de la madre; la escucha
dar mil vueltas en la cama, le dice que no puede respirar, que le duele aquí y
allá, que las piernas, que la espalda, que el mareo, que…Ella no sabe qué
hacer, regresa a casa cada tarde con el corazón en un puño, se esfuerza en que
la casa esté limpia, que no falte de nada, pelea por sacarle una sonrisa, la
invita a pasear…Varias veces ha intentado llevarla a su médico
infructuosamente; sólo cuando las quejas se multiplican en grado sumo logra
acercarla y siempre de urgencia al centro de salud…Su vida, la de ella, antes
brillante se viste también ahora de nostalgias, nada parece funcionar como
debiera…Y llora. Y encima yo rematándolo, pienso. Porque a nada que hubiera
sido más amable, a nada que hubiera amordazado mi impaciencia, podría haber
encontrado este hueco para que ella expresara su dolor sin necesidad de esta
ración extra de lágrimas…De modo que, aunque creo, que me agradece el esfuerzo
y dejamos las cosas más atadas, no me siento satisfecha con mi “brillante actuación”.
No me queda más remedio que perdonarme, que reflexionar y aprender de los
errores.
Pero la ducha no alivia el
cansancio y el café, definitivamente, es amargo.
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