¿Qué recomendar? ¿Ingerir menos grasas saturadas o más poliinsaturadas?
En la prevención de las enfermedades coronarias (EC) se recomienda una
dieta baja en grasas saturadas, una recomendación que viene desde los
años 60. La razón se fundamenta en que la ingesta de este tipo de grasas
incrementa los niveles de las lipoproteinas de baja densidad (LDL-c) y
éstas estarían relacionadas, según diversos estudios clásicos, con el
mayor riesgo de EC. Sin embargo, existen metaanálisis que no
encuentran relación entre el consumo de este tipo de grasas y el riesgo
de EC o enfermedad cardiovascular (ECV) (Chowdhury R et al),
lo que ha fomentado una corriente en contra de hacer dietas
restrictivas en este tipo de grasas y ha hecho cambiar algunas
recomendaciones clásicas de las Guías de Práctica Clínica (5-6% de
calorías en forma de grasas saturadas). Aunque un metaanálisis como el de Mensink RP
et al sobre 60 estudios mostró como la ingesta de grasas saturadas
incrementaba las LDL-c y las HDL-c y disminuía los niveles de
triglicéridos. Sin embargo, el incremento de las LDL-c se acompañaba con
la reducción del número de partículas de LDL-c algo que estaría
relacionado con el riesgo cardiovascular (RCV).
Y es que el tema es complicado, pues los ácidos grasos saturados
(AGF), componentes básicos de las grasas animales, pueden variar sus
efectos sobre los niveles plasmáticos según su origen, o sea que no
todos se comportarían de la misma manera (ácido esteárico, por ejemplo).
En este aspecto, las grasas provenientes de productos lácteos no
aumentan el RCV e incluso pueden mejorarlo. En este aspecto, Oliveira Otto et al en
el estudio MESA mediante un cuestionario alimentario sobre 5000
adultos y 120 alimentos y seguidos durante 10 años mostró como una alta
ingesta de ácidos grasos saturados de origen lácteo se asociaba con
menor riesgo coronario, al tiempo que una alta ingesta de ácidos grasos
de origen cárnico se asociaba con un alto riesgo de ECV, hazard ratio
(HR) 1,26 por cada incremento de 5 gr/día y de 1,48 por cada 5% en
calorías. En el mismo estudio se vieron diferencia en el RCV según los
niveles de fosfolípidos, fueran de cadena impar (ácido pentadecanoico,
inversamente asociado) o fosfolípidos con otras cadenas como el ácido
mirístico. En este aspecto, existen otros estudios como el EPIC-InterAct que
también encontraron esta asociación inversa (12.000 pacientes). La
explicación del efecto se encontraría en que los humanos no podemos
sintetizar estos fosfolípidos presentes en las grasas de origen lácteo.
A su vez, en este problema se encuentran involucrados los ácido
grasos poliinsaturados (PUFAs), de los que ya hemos hablado en otras
ocasiones, y como sabemos se dividen en omega-6 (ácido linoleico
provenientes de las plantas) y los omega-3 (ácido alfalinoleico,
eicosapentaenoico...en pescados y plantas). Y los ácidos grasos
monoinsaturados provenientes de aceites vegetales (oliva, girasol,
frutos secos, semillas...). Ambos han mostrado sus efectos beneficiosos
en la ECV
El Women's Health Initiative (WHI) Dietary Modification Trial no mostró
una reducción de la enfermedad coronaria ni cerebrovascular con la
implementación de una dieta baja en grasas (7-9,5 % de las calorías) en
20.000 mujeres postmenopáusicas. Sin embargo, una revisión de 11
estudios prospectivos en 340.000 adultos sanos (Jakobsen et al)
encontró que el consumo de grasas poliinsaturadas en vez de saturadas
reducía la ECV, si bien es cierto que cuando éstas se sustituían por
carbohidratos (HC) se incrementaba el riesgo.
Aun así, aunque se sabe que las grasas mono y poliinsaturadas son
beneficiosas en el mantenimiento de los niveles de LDL-c, no se conoce a
ciencia cierta si este beneficio se relaciona directamente con una
reducción igual en el riesgo de ECV. Por otro lado, en estos
estudios si se comparan las grasas saturadas con los HC se observa que
ambos tienen un efecto neutral en el perfil lipídico.
De ahí que independientemente de que se cuestione a las grasas
saturadas en la producción de la ECV debería enfatizarse que su
reducción no debe ir a la par con un aumento en la ingesta de los HC,
pues un exceso de estos pueden alterar el metabolismo lipídico
(metabolismo del ácido palmítico, por ejemplo). El problema que se
plantea en los países occidentales es el de sustitución de los ácidos
grasos saturados por HC refinados con lo que no se soluciona el
problema, más bien se agrava. ¿Pero realmente es necesario hacer esto?
El estudio PREDIMED, estudio español,
mostró como en 7447 individuos aleatorizados en tres ramas de
intervención, como una dieta mediterránea suplementada con aceite de
oliva o con frutos secos en las que las grasas saturadas constituían el
9-10% de las calorías, frente a una dieta baja en grasas, eran capaces
de prevenir la diabetes tipo 2, el síndrome metabólico y la ECV.
En otro orden de cosas, el EPIC sobre casi medio millón de individuos de
10 países encontró que las carnes procesadas (jamón, embutidos, …), más
que las carnes rojas, estaban relacionadas con el incremento de la
mortalidad CV.
La conclusión, según lo que este bloguero extrae de este
reportaje-artículo de medscape, es que la recomendación de hacer dietas
con un máximo de un 5% en contenido calórico de grasas saturadas no se
corresponde con la evidencia científica y si, sin embargo la
recomendación de incrementar la ingesta de grasas poliinsaturadas.
Por otro lado, enfatizan que los productos lácteos en general son
neutros en el riesgo de ECV al tiempo que previenen la DM2. Las carnes
rojas podrían ser neutras (faltan datos) y las procesadas serían
contraproducentes para la ECV y la DM2.
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