Hoy queremos traer al blog un texto aparecido recientemente en una de esas páginas que siempre nos interesan: el blog Tecnoremedio, escrito por Emilio Pol Yanguas y Paco Martínez Granados,
farmacéuticos. Se trata de un escrito de este último, que nos ha
impresionado vivamente y cuya lectura recomendamos. Revela todo un
estado de cosas, por desgracia más que habitual, y ante el cual algo
habrá que plantearse hacer, porque es intolerable.
Sin más, el escrito de Paco Martínez Granados:
Si el Estado, y el Sistema Nacional de Salud tuvieran una voz, como uno de los personajes de V de Vendetta
que se llama precisamente así “la voz”, la frase con la que pongo
titulo a este artículo sonaría grave e impersonal al otro lado del
teléfono rojo. La persona que cuelga el teléfono es Violeta, una señora
que no llega a los 60 años y que acude a una Escuela Comunitaria donde
estamos atendiendo a personas en riesgo de exclusión social. Se la puede
ver llegando en un movimiento lento y con ayuda de un bastón, las
piernas hinchadas, avanza como un elefante recién salido de una jungla
espesa y absurda, lenta, en un vaivén que anuncia una carga vital fuera
de lo soportable. Llama al timbre, esboza una sonrisa, y nos da las
gracias, sencillamente, por invitarla a pasar. Llamémosla Violeta.
Violeta se desplaza hasta un despacho con una mesa y dos sillas y pide
un vaso de agua, le ha costado llegar hasta aquí. Vuelve a dar las
gracias, se coloca sus gafas que se escurren por su rostro debido al
sudor, es un gesto que repite cada cierto tiempo, apoya su bastón en la
mesa y saca una carpeta azul, estira dos gomas y las suelta
delicadamente sin hacer ruido. De la carpeta saca varios informes
grapados y meticulosamente ordenados, uno de su médica de cabecera, otro
con su medicación recién impresa por el psiquiatra a quien visitó la
tarde anterior y otro es de la trabajadora social que está cursando su
minusvalía.
Empiezo revisando el papel impreso con su medicación actual, hay
metformina (para una diabetes tipo II), hidroclorotiazida-enalapril
(para la tensión), simvastatina (colesterol), lorazepam para dormir, hay
omeprazol, paracetamol y tramadol (analgésico opioide), y ayer tarde,
tras su visita al psiquiatra, desvenlafaxina (un antidepresivo dual).
Violeta empieza su relato y disculpadme si lo narro a trompicones,
siguiendo las trazas que me dejó el recuerdo. Me respondió que sí, que
en su familia había antecedentes de muerte por eventos cardiovasculares,
y que ella misma había sufrido “dos anginas”, que seguro que
acaba como su madre, con un ataque al corazón que está sufriendo tanto;
que sí, que no se encuentra bien, que sólo quiere morirse, que
demasiados problemas la afligen, por ejemplo el dolor que no cesa,
necesita ayuda hasta para incorporarse de la cama, que lo único que le
mitiga ese sufrimiento es nadar, “es una maravilla poder flotar”, “en el agua puedo moverme libremente, y hacer ejercicio, muevo los brazos, las piernas, el dolor desaparece, ahí sí, nadando sí”.
Yo le digo que eso es magnífico, que vaya a nadar, que el ejercicio es
el mejor remedio para minimizar el riesgo cardiovascular que tanto le
preocupa, que vaya todos los días un ratito, pero me dice que no puede,
que no puede pagarse los veinte euros que le cuesta al mes, que
precisamente su médica de cabecera hizo un informe recomendando
fervientemente la natación, “también para el dolor de espalda” y
que la trabajadora social le está tramitando un bono descuento, pero que
aún con eso, le seguiría costando diez euros, y eso es imposible, “yo no puedo pagar eso, ni siquiera tengo para comer”.
Enseguida constato que en sus analíticas los niveles de glucosa,
hemoglobina glicosilada y colesterol están bien lejos del límite
superior de referencia y me vino a la cabeza eso que leí en el libro del
médico Juan Gervas de que los eventos cardiovasculares no dependían de
estos parámetros biológicos tan sonados, sino de otros bien distintos,
como la pobreza y que esta no aparece en ninguna tabla de riesgo
cardiovascular. El infarto al corazón, efectivamente, es cosa de pobres.
En ese lapsus de tiempo que dura apenas un instante vuelvo al relato de
Violeta, ahora está contándome que no come carne, ni pescado “y mira que yo he sido pescadera toda la vida” y que apenas come unas verduras que el verdulero de su barrio tiene a bien regalarle “ese hombre es un santo, sino fuera por él, ya no sé qué habría hecho”.
Dice que acude a Cáritas, pero que no siempre puede comer allí (no
entiendo muy bien por qué y decido abordar esta cuestión con más detalle
en otro momento). Que ha intentado encontrar trabajo, pero que con lo
último que le pasó, ya ha perdido la esperanza. “Ahí me mataron”- me dijo. ¿Cómo que ahí la mataron? “Pues
eso, que me pusieron un día de prueba en una pescadería, y me dijeron
que muy bien, que había sido muy simpática y que se notaba que tenía
destreza con el cuchillo, pero que lo sentía mucho que no podía cogerme,
porque estaba muy gorda y me movía muy despacio y que necesitaban a
alguien que trabajara más rápido”… “Ahí, de verdad, me mataron, ya no he vuelto a salir”.
¿Y cómo duerme?- le pregunto, y me dice que se acuesta a la una o dos de
la madrugada, que se queda en el sofá viendo la televisión hasta el
hastío porque “no me entra sueño”, y que luego se queda dando
vueltas en la cama pensando en sus problemas, que se quiere morir, que
no ha hecho nada aún porque tiene que cuidar de una pareja de ancianos
que a ella le ayudaron mucho cuando vivían en Ciudad Real “cuando lo del bar salió mal y me arruiné”,
y que ahora ha pasado el tiempo y ellos están mayores y necesitados, y
que ella tiene ahora el deber moral de ayudarles, y que lo va a seguir
haciendo hasta el final, pero que le da miedo que le acabe dando un
ataque al corazón como a su madre, y entonces qué va a ser de ellos,
quién se va a encargar de ellos.
Le pregunto por su visita al psiquiatra la tarde anterior. “Sólo hacen que darme pastillas, sólo eso, me atiborran a pastillas”.
Repaso mentalmente la información que me viene a la cabeza:
Desvenlafaxina, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina y
norepinefrina, es el principal metabolito activo de venlafaxina, un
fármaco que lleva más tiempo en el mercado, y que entre otras cosas, es
conocido por su efecto tóxico cardiovascular, ya que al aumentar los
niveles de aminas (noradrenalina y dopamina) también a nivel cardiaco,
aumenta, de manera dosis-dependiente la tensión arterial, y por tanto,
el riesgo cardiovascular. Sobre los beneficios potenciales que le puede
proporcionar a Violeta tengo mis dudas (de acuerdo con una amplia y
extensa bibliografía que he leído al respecto) y además las primeras
semanas de tratamiento provoca una sintomatología ansiosa que muchos no
toleran. Venlafaxina, junto con paroxetina son los antidepresivos de
segunda generación que inducen los síndromes de abstinencia más graves
(debido a su corta vida plasmática), lo que hace que muchos desarrollen
un temor atronador a dejarlos. Un último dato que me viene a la cabeza
en ese momento: recuerdo que venlafaxina era el antidepresivo de segunda
generación con más abandonos de tratamiento por intolerancia, en los
ensayos clínicos. A todo esto el nuevo fármaco cuesta 23 euros al mes,
que lo financia el Sistema Nacional de Salud. Nunca antes Violeta había
tomado antidepresivos. No lo entiendo, porque venlafaxina no es un
antidepresivo de primera elección según las guías clínicas, entre otras
cosas por los inconvenientes que acabo de exponer. Más bien se suele
reservar para estados depresivos refractarios, como última opción.
Violeta me mira, le pregunto si alguien le está midiendo la tensión
arterial de vez en cuando, y me dice que no, que hace años que no se la
toma, “qué más da, yo sólo quiero comer y que me den un bono para entrar a la piscina municipal”. Recuerdo otra frase: “seguro que aquí sí que me vais a ayudar”.
Y lo cierto es que no estoy seguro de eso. No cabe duda que lo vamos a
intentar, llamaré a la trabajadora social y me coordinaré con ella a ver
si podemos conseguirle el bono para la piscina, también hablaré con la
farmacia de su barrio a ver si le toman la tensión sin cobrarle y así
podremos saber si el antidepresivo se la está aumentando, también
trataré de coordinarme con una despensa de alimentos, y con alguna
asociación que sé que está trabajando haciendo recanalizar los alimentos
que los supermercados tiran a la basura por defectos, o porque van a
caducar pronto (en el estado español se tiran cada año 7,7 millones de
toneladas de comida en buen estado según leí hace poco) y los rescatan
para los que no tienen qué comer. Hay lógicas que son contundentes. Y
otras no. Rescatar alimentos en buen estado de la basura para dárselos a
los que no pueden comprarla es contundente. Darle un antidepresivo y
encima con este perfil farmacológico a Violeta no lo es.
Me pregunto si no hubiera sido más terapéutico que la voz al otro lado
del teléfono rojo hubiera sonado cálida y humana, emanando dignidad y le
hubiera dejado de dar un cheque de 23 euros al mes al fabricante del
antidepresivo para dárselo a Violeta para que pudiera así pagar su bono
en la piscina municipal y aún le habrían sobrado 13 euros para comprar
pescado para tres días. Tampoco hubiera estado mal que le hubiera dado
el trabajo, aunque fuera lenta, pero Michael Ende estaba en lo cierto
cuando escribió Momo, los hombres grises han robado el tiempo, y
con él han dejado un color cenizo en el rostro de sus reos que ya no se
paran a hablar, ni a hacer bien su trabajo, como Beppo el Barrendero,
que barría cada baldosa con amor, sin contar el tiempo ni cuantas
baldosas barría. No nos tomamos el tiempo para hablar, ni para pensar,
ni para hacer las cosas con amor, tan sólo para recetar y dispensar
pastillas, cuantas más mejor, y en el menor tiempo posible.
Paco Martínez Granados
La entrada original la pueden leer aquí.
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