En esta edición del
Noticias semFYC reporducimos un artículo de Juan Gervás, que se publicó
en el número 2 del volumen 6 de la revista Dimensión Humana, un número
que podrá consultar completo en la web de la semFYC.
En España distinguimos entre consultas y domicilios. Hoy, por ejemplo,
he tenido 32 consultas y un aviso (estamos en pleno invierno, con
catarros miles). Técnicamente hablando, consultas y domicilios son
encuentros. El encuentro médico-paciente, lo que se llama coloquialmente
consulta o aviso, es el intercambio profesional entre dos personas, la
que necesita consejo y ayuda y la que puede darlo. Cuando es cara a cara
hablamos de encuentro directos. Son directos el 75% aproximadamente de
los encuentros en el despacho médico, y el 100% de los encuentros en el
domicilio del paciente.
En el domicilio del paciente, el médico se convierte en invitado, pierde hasta la bata y reduce el material al mínimo. Es lógico que los médicos formados en los hospitales, donde todo apoya su rol dominante, rechacen los avisos a domicilio, los encuentros en el domicilio del paciente. La estructura sanitaria está facilitando este rechazo a través de la creación de los equipos de ayuda a domicilio (para los crónicos), y de la expansión de los servicios de urgencia (para los avisos agudos). El lógico y pernicioso deseo de trabajar sólo en el centro, el rechazo al trabajo en y con la comunidad, y el miedo a la soledad profesional, abonan el crecimiento del rechazo a los avisos. El primer paso es resolverlos por teléfono y hacerlos, si no hay más remedio, de dos en dos.
¿Hacen los especialistas avisos? No. Por ejemplo, los pediatras raramente visitan a los niños a domicilio como indicador de su formación y práctica de especialistas. En los países en los que hay libre acceso a los generalistas y especialistas, la visita a domicilio se convierte en signo identificador del trabajo de los primeros, y pueden llegar a constituir más de la mitad del total de encuentros para los ancianos, como sucede, por ejemplo, en Bélgica. No es que los avisos a domicilio se remuneren de manera especial, que también, sino que los avisos constituyen el campo peculiar del médico general, en el que el especialista se siente tan incómodo que no compite. Cuando el médico general compite en exceso con los especialistas, quiere optimizar su tiempo, se siente especialista, y en cobro por su acto, deja de hacer avisos, como sucede en EE.UU.
En los países europeos en los que los médicos cobran por salario, los médicos generales y de familia hacen tan pocos avisos como en EE.UU. son: los médicos generales portugueses, finlandeses, griegos, españoles y suecos. El pago por salario distancia al médico de su población y le ata al sistema sanitario; le hace, pues, poco sensible a las necesidades de la población. Además una forma de aumentarse el sueldo, de optimizar el salario, es disminuir la complejidad de las tareas, acortar los tiempos y evitar la incertidumbre. Todo ello contribuye a explicar su rechazo a los avisos, a los encuentros a domicilio.
¿Hay un aviso urgente a domicilio? Por favor, que vayan los de urgencias, que ellos saben más (y así yo no dejo de tomar el café a mi hora, ni interrumpo el devenir de la consulta, ni me fuerzo a salir de la rutina, a ser verdaderamente general). ¿Hay un paciente complejo a domicilio, un terminal? Por favor, que llamen a los de terminales, que ellos saben más (y así yo no tengo que enfrentarme a la muerte, ni a mi falta de conocimientos, así me mantengo limpio y radiante, en las nubes del centro de salud, pensando en cómo mejorar la sanidad pública). Y que no me vengan con monsergas sobre la integralidad integradora de la atención integral e integrada, que eso no tiene nada que ver conmigo, que yo no abandono a mis pacientes, aunque les vea sólo en la consulta, cuando pueden venir a verme en su hora, con su cita. ¿No es así como se trabaja bien?
La frontera de la Medicina General/Medicina de Familia es cambiante, dinámica, variable y frágil. La desidia de los médicos de familia y generales de hoy la pagarán las generaciones futuras de médicos (cada vez más reducidos a hacer cosas fáciles, cómodas y sencillas, como rellenar recetas y partes de inter-consulta) y de pacientes (cada vez más entregados a la estulticia de los especialistas y a la agresividad de sus pruebas diagnósticas, más alejados del vivir la salud y la enfermedad en familia y comunidad).
¿Rechazaríamos todos los avisos si hubiera un incentivo de, digamos, tres miserables euros por domicilio?
En el domicilio del paciente, el médico se convierte en invitado, pierde hasta la bata y reduce el material al mínimo. Es lógico que los médicos formados en los hospitales, donde todo apoya su rol dominante, rechacen los avisos a domicilio, los encuentros en el domicilio del paciente. La estructura sanitaria está facilitando este rechazo a través de la creación de los equipos de ayuda a domicilio (para los crónicos), y de la expansión de los servicios de urgencia (para los avisos agudos). El lógico y pernicioso deseo de trabajar sólo en el centro, el rechazo al trabajo en y con la comunidad, y el miedo a la soledad profesional, abonan el crecimiento del rechazo a los avisos. El primer paso es resolverlos por teléfono y hacerlos, si no hay más remedio, de dos en dos.
¿Hacen los especialistas avisos? No. Por ejemplo, los pediatras raramente visitan a los niños a domicilio como indicador de su formación y práctica de especialistas. En los países en los que hay libre acceso a los generalistas y especialistas, la visita a domicilio se convierte en signo identificador del trabajo de los primeros, y pueden llegar a constituir más de la mitad del total de encuentros para los ancianos, como sucede, por ejemplo, en Bélgica. No es que los avisos a domicilio se remuneren de manera especial, que también, sino que los avisos constituyen el campo peculiar del médico general, en el que el especialista se siente tan incómodo que no compite. Cuando el médico general compite en exceso con los especialistas, quiere optimizar su tiempo, se siente especialista, y en cobro por su acto, deja de hacer avisos, como sucede en EE.UU.
En los países europeos en los que los médicos cobran por salario, los médicos generales y de familia hacen tan pocos avisos como en EE.UU. son: los médicos generales portugueses, finlandeses, griegos, españoles y suecos. El pago por salario distancia al médico de su población y le ata al sistema sanitario; le hace, pues, poco sensible a las necesidades de la población. Además una forma de aumentarse el sueldo, de optimizar el salario, es disminuir la complejidad de las tareas, acortar los tiempos y evitar la incertidumbre. Todo ello contribuye a explicar su rechazo a los avisos, a los encuentros a domicilio.
¿Hay un aviso urgente a domicilio? Por favor, que vayan los de urgencias, que ellos saben más (y así yo no dejo de tomar el café a mi hora, ni interrumpo el devenir de la consulta, ni me fuerzo a salir de la rutina, a ser verdaderamente general). ¿Hay un paciente complejo a domicilio, un terminal? Por favor, que llamen a los de terminales, que ellos saben más (y así yo no tengo que enfrentarme a la muerte, ni a mi falta de conocimientos, así me mantengo limpio y radiante, en las nubes del centro de salud, pensando en cómo mejorar la sanidad pública). Y que no me vengan con monsergas sobre la integralidad integradora de la atención integral e integrada, que eso no tiene nada que ver conmigo, que yo no abandono a mis pacientes, aunque les vea sólo en la consulta, cuando pueden venir a verme en su hora, con su cita. ¿No es así como se trabaja bien?
La frontera de la Medicina General/Medicina de Familia es cambiante, dinámica, variable y frágil. La desidia de los médicos de familia y generales de hoy la pagarán las generaciones futuras de médicos (cada vez más reducidos a hacer cosas fáciles, cómodas y sencillas, como rellenar recetas y partes de inter-consulta) y de pacientes (cada vez más entregados a la estulticia de los especialistas y a la agresividad de sus pruebas diagnósticas, más alejados del vivir la salud y la enfermedad en familia y comunidad).
¿Rechazaríamos todos los avisos si hubiera un incentivo de, digamos, tres miserables euros por domicilio?
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